Símbolo de la interacción de hombres y mujeres con la naturaleza
Símbolo de la interacción de hombres y mujeres con la naturaleza
Símbolo de la interacción de hombres y mujeres con la naturaleza
La recolección la ha hecho históricamente el campesino y el indígena, es ancestral. Las mujeres y los hombres del campo, siempre hemos sacado de la naturaleza lo que necesitábamos para subsistir, para mejorar nuestra dieta alimentaria, para dar forraje a nuestros animales, para construir la casa, para utilizarla en artesanía... La recolección de frutos silvestres identifica a la gente por lo que hace, de lo que vive e incluso identifica las localidades y se expresa en fiestas locales
Panchita Rodríguez, Directora Nacional ANAMURI
El oficio de recolectar tiene sus orígenes en la llegada de los primeros pueblos de América, ellos construyeron sus viviendas con hojas y ramas que obtuvieron en la naturaleza, tomaron los frutos que encontraron en su entorno para preparar sus alimentos, identificaron las hierbas que les servían para cuidar su salud y así poco a poco fueron creando una práctica que formó parte de sus vidas.
Esta relación profunda que los recolectores han mantenido con la naturaleza a través del tiempo, ha dado lugar a la construcción de un Saber que poco a poco se ha ido constituyendo en un soporte, una cosmovisión desde la cual organizan sus formas de vida. Es este Saber el que determina sus costumbres y sus hábitos, les permite atender su salud, proteger su entorno… Fueron y continúan siendo, las fases de la luna las que les indican los tiempos de siembra y los de recolección o cosecha. El proceso desencadenado a través de este intercambio crea las condiciones para que las recolectoras y recolectores se vayan inspirando, desarrollen su cultura, construyan su identidad…
Con el correr del tiempo la recolección ha pasado a constituir un rasgo de identidad que atraviesa las diversas regiones del país y acerca a los que viven en la costa con los del campo y la cordillera. Una tradición, que guardando sus raíces se va recreando día a día, a través de una interacción que se profundiza y extiende con la incorporación de nuevos productos que emergen de la tierra y nuevas necesidades que surgen con el paso de la historia. Todo esto es posible gracias a la funcionalidad del intercambio y al enriquecimiento de los conocimientos que han venido complementando a los acumulados por las generaciones anteriores.
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Las historias que aparecen en este libro son como un baño de humanidad y ternura que nos lleva a reencontrarnos con nosotros mismos. Con momentos de nuestra niñez, con historias que hemos vivido o escuchado de labios de alguna tía o de nuestras mismas abuelas.
En ellas uno descubre al hombre y la mujer toda entera, que piensa, que siente, que ama, que guarda valores a veces tan olvidados en nuestra sociedad. También nos encontramos con la enorme fuerza que emerge de una comunidad al enfrentar sus problemas, al satisfacer sus necesidades. Y con la creatividad infinita con que supera los mil obstáculos que surgen en medio de condiciones tan adversas como las que le toca vivir.
Las historias que aquí aparecen nos introducen además, en el trabajo de campesinos que hoy día descubriendo sus valores, se lanzan en la defensa de su cultura. “Estamos tratando de recuperar tradiciones y cosas antiguas. Yo pienso que antes la gente se autoeducaba, en el sentido de ir desarrollando su creatividad, su capacidad crítica, de observación, porque con las adivinanzas, las payas, las logas se va desarrollando el intelecto de la gente” observa Carmen Muñoz Directora de la Escuela G – 1147 de Pullay.