En el trabajo del TAC, en medio de los bosques, fuimos encontrando a un personaje misterioso, que había asumido la tradición familiar de sus antepasados. Eran las recolectoras y recolectores que habían decidido construir una nueva fuente de trabajo que atendiera a sus necesidades.
Así, conocimos a una mujer tierna y ruda, simple y profunda, exultante de poesía y pragmatismo…. Moldeada por el hambre de sus hijos que se había propuesto aplacar y por la belleza del bosque donde recogía sus frutos. Por el tránsito entre el recoger la “platita que está botada” en los hongos, los corales, las avellanas…. y la entrega de éstos a la empresa exportadora.
Casi en su totalidad, las recolectoras eran jefas de hogar o tenían a sus maridos cesantes. Vivían rodeadas por empresas forestales, razón por la cual ni ellas ni sus maridos tenían otra alternativa de trabajo. En su mayoría, tampoco habían tenido experiencias organizacionales anteriores y su escolaridad era muy baja. Constituían un sector completamente invisibilizado, ninguna institución trabajaba con ellas, aun cuando los niveles de pobreza en que vivían eran extremos.
Las recolectoras eran un vasto sector principalmente de mujeres que recolectaban en forma dispersa y que identificaban su actividad como una obligación humillante, no un trabajo. Por eso consideraban que organizarse en torno a ella carecía de todo sentido.
Aprovechaban la demanda de empresas transnacionales que llegaban a nuestro país, atraídas por las ventajas que les ofrecía la riqueza de la flora chilena y las garantías que se abrían en el naciente mundo globalizado.
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Las historias que aparecen en este libro son como un baño de humanidad y ternura que nos lleva a reencontrarnos con nosotros mismos. Con momentos de nuestra niñez, con historias que hemos vivido o escuchado de labios de alguna tía o de nuestras mismas abuelas.
En ellas uno descubre al hombre y la mujer toda entera, que piensa, que siente, que ama, que guarda valores a veces tan olvidados en nuestra sociedad. También nos encontramos con la enorme fuerza que emerge de una comunidad al enfrentar sus problemas, al satisfacer sus necesidades. Y con la creatividad infinita con que supera los mil obstáculos que surgen en medio de condiciones tan adversas como las que le toca vivir.
Las historias que aquí aparecen nos introducen además, en el trabajo de campesinos que hoy día descubriendo sus valores, se lanzan en la defensa de su cultura. “Estamos tratando de recuperar tradiciones y cosas antiguas. Yo pienso que antes la gente se autoeducaba, en el sentido de ir desarrollando su creatividad, su capacidad crítica, de observación, porque con las adivinanzas, las payas, las logas se va desarrollando el intelecto de la gente” observa Carmen Muñoz Directora de la Escuela G – 1147 de Pullay.